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Veinte años en el cementerio y muchas historias para contar

Juan Carlos «Tomate» Dessi va a cumplir 70 años en diciembre. Pasó 20 adentro del Cementerio municipal por un «castigo» ya que le pegó una cachetada a Constantini y Audino Vagni lo transfirió de zorro gris a sepulturero. Pese a todo, tiene una buena relación con Vagni («un señor intendente, gracias a él tengo la casa») y extraña su trabajo. Vagni lo anotó en las casas de barrio Sabattini, que estaban próximas a adjudicarse: «Para que siendo peronista te acuerdes bien de un radical», cuenta sonriente.

Anécdotas al por mayor
«Varias veces encontrábamos velas rojas prendidas sobre las tumbas, también me tocó ver sapos con fotos y la boca cocida. A los dos meses estábamos tapando con tierra a los de la foto», cuenta Dessi, reconociendo que dormía plácidamente mientras cuidaba el lugar. «Ruidos había siempre, luces y mujeres que se aparecían y desaparecían de entre las tumbas. Cruces que brillaban más de lo normal en la noche. La mayoría se asustaba y se iba a las dos semanas, yo al principio también, después me acostumbré. No hay paz ni tranquilidad como la del Cementerio».

Cuenta Don Dessi que frecuentemente veían cómo desaparecían letras de las tumbas, hasta que dieron con el hombre que las quitaba: «Nos confesó que era brujería. Sacaba una letra de cada tumba para formar un nombre, les echaba un líquido preparado donde había quedado el espacio de la letra y así esa persona tenía mala suerte». Otro episodio fue la muerte de una chica, con un panteón donde su foto diariamente se caía o cambiaba de lugar sin que nadie entrara al recinto: «Esa chica tenía fama de bruja, pobrecita».

Otra historia de «Tomate» refiere a una mujer que les vino a pedir llevarse a su madre para enterrarla en su casa: «Nos dieron la autorización los jefes. Se la llevó la hija en un Citroen, después me invitó a la casa, la tenía enterrada debajo de un rosal y tomaba mate con ella». Don Dessi se jubiló hace siete años, extraña el Cementerio, donde «los muchachos me cuidan a mis dos hijos que tengo ahí». Es un hombre alegre y se siente bendecido: «Yo nunca hice mal a nadie y por eso Dios me premió con un hijo con Síndrome de Down». Por todo lo vivido, no le teme a la muerte: «Yo creo que acá quedan los huesos, nada más. Lo demás parte para arriba, las almitas se separan y se van», dice, contento, mientras toca la imagen de su virgencita de Lourdes.

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