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A ocho años del crimen mas escalofriante de la historia de Villa del Prado

Era una jornada verdaderamente agobiante y si bien a primera hora se estimaba una temperatura de 35º, la misma se superó ampliamente y decir que hacía 40° era quedarse corto.

Diciembre de 2013 estaba iniciando. Alrededor de las 7 de la mañana,  comenzaron a verse los primeros movimientos de la Policía especializada en búsqueda y rescate, los cuerpos de criminialistica,  la división canes de la Provincia y hasta de los Bomberos. Todo hacía suponer que sería un día intenso, aunque -seguramente- ni en la peor de las pesadillas pudo alguien imaginar como terminaría.

A Mauro Ambrosio Catari lo buscaban desde hacía semanas. Este joven de treinta y pico de años de nacionalidad Boliviana, se había instalado en la Comuna de Villa del Prado para trabajar en la cortada; como se conoce popularmente a la tarea en los hornos de ladrillos. Vivía solo, en una precaria vivienda que había ido construyendo de a poco y se ubicaba en el mismo lote en donde trabajaba. Sólo un primo segundo (Tomás) y algún que otro cercano a su pueblo, tenía en Villa del Prado. Todos se desempeñaban en el mismo rubro y compartían el mismo objetivo: reunir dinero para viajar esporadicamente a su país y ayudar a su familia.

Para ese entonces Mauro ya se había independizado. Tenia su propio negocio de ladrillos y los vecinos lo veían a diario trabajando de sol a sol. Y es que su esposa, quien estaba en Bolivia, transitaba un embarazo avanzado por lo que a Catari le urgía terminar su casa y así ambos poder radicarse en la localidad vecina de manera definitiva. Pero, el destino tenía otros planes para este joven, quien ni siquiera llegó a conocer a su primogénito.

Fue Tomás quien de un día para otro se percató de la ausencia de su primo. Era el único que lo visitaba. Ellos no trabajaban juntos; este hombre era empleado de otro vecino y-como mencionaramos anteriormente- Mauro ya lo hacía por cuenta propia.

El hombre se encontró con la casa de su pariente  abierta de par en par, con barro preparado desde hacía pocos días y, lo más extraño, con el DNI de Catari tirado en el patio. Ante la duda, Tomás empezó a indagar a la gente del lugar, quienes conocían a Mauro,  pero parecía que nadie lo había visto. Tras varios días sin respuesta, el hombre decidió acudir a los medios de comunicación y reportar la desaparición.

Así es, el caso de Mauro Catari llegó primero a los medios y luego a la Policía. Una radio local relataba el día a día de la búsqueda (la cual no era oficial aun) entrevistando a vecinos del lugar. Nadie quería comprometerse, todos hablaban de Mauro como un joven «muy trabajador», «callado», cuyo único vicio era la cerveza. Y aunque en más de una oportunidad lo habían visto algo borracho, jamas atestiguaron un mal comportamiento ni mucho menos por parte de él.

Pasaban los días y el misterio crecía. No podía ser que se lo hubiese tragado la tierra. En uno de los recorridos que Tomás hizo junto a Mayra Gimenez- hoy periodista de nuestro medio- el hombre lanzó la peor de las hipótesis señaló a un presunto responsable: Ricardo alias «el Pocho» Molina. Un vecino de Catari que había sido su empleador y con quien el desaparecido aún mantenía contacto. «Le pregunté a él si lo había visto o sabía algo de mi primo y me dijo que no pero estaba raro. Casi no me quería hablar», expresó Tomás a la comunicadora. Luego, dijo que algunos vecinos aseguraron haber visto movimientos nocturnos extraños en cercanías de la casa de Molina y fue ese el puntapié clave para dar con la verdad.

La pesquisa se oficializó y «todo el mundo» buscaba a Catari. Su esposa viajó desde Bolivia y se sumó al rastreo, al presentir que la cosa no estaba bien y que algo le había pasado a su marido. El primo inquieto, había regresado a la casa de Molina y nuevamente indagado al hombre ya que había cuestiones que no lo convencían. «Me dijo que despues se acordó que mi primo se había ido en una camioneta. Que él lo vio irse una tarde y que hasta lo había saludado pero que no se había acordado de eso antes», contó Tomas, sobre la nueva versión del señalado, quien además le habría asegurado que Catari manifestó sus deseos de «ir a trabajar al sur».

«Pero mi primo no se hubiera ido sin avisarme. Me contaba todo. Además a donde se iba a ir sin el documento y hasta había dejado barro preparado o sea que estaba trabajando. Y tenía un horno listo para vender. Es muy raro», insistía Tomas.

De pronto, un detenido. Héctor, el primo de Molina, fue pescado infraganti mientras intentaba vender algunas pertenencias del desaparecido en la misma zona. El hombre de unos 60 años no supo explicar porqué las tenía en su poder y fue aprehendido. Para entonces, las sospechas giraban en torno a un homicidio, aunque cual partido de futbol, en el barrio las opiniones estaban divididas.

Los medios acudieron a la casa de Molina. En una entrevista exclusiva, Mayra Gimenez interrogó a «Pocho» en el patio de su casa. Eran aproximadamente las 11 de la mañana y la señal era casi nula. Desde donde se encontraban se podía ver la vivienda del desaparecido ya que sólo la dividían algunos metros.

El hombre se mostró algo nervioso y ratificó al aire radial lo que le había dicho a Tomás. «Él me dijo que se iba a ir a trabajar al sur porque no le estaba yendo bien», dijo. Pero, a otros vecinos, Molina les había dicho que Mauro se «había ido a trabajar al norte» e iniciaban las primeras contradicciones. ¿Por qué entonces dejaría su DNI? Y un horno listo para entregar? Es mucho dinero… volvió a indagar la periodista. «No sabría decirle», respondió Molina casi titubeando y agregó «a ese horno él me pidió a mi que se lo vendiera hasta que él volviera porque me tenía mucha confianza».

Esa versión fue la que convenció a Tomás de que había «gato encerrado». «Mi primo nunca hubiera confiado en otra persona que no fuera yo. Hay más de 100 mil pesos en ese horno. Eso es mentira, él sabe algo», refutó.

¿Por qué cree ud que los vecinos lo señalan como el responsable de la desaparición de este hombre?, preguntó Gimenez, a lo que Molina respondió raramente: «no se pero le pido a mis vecinos que me tengan fe».

Esa fue la última y única entrevista que el acusado brindó. Al día siguiente, toda la pesquisa llegó a su casa por orden del entonces fiscal Emilio Drazile. Los investigadores convocaron a quien, al parecer, había sido visto tapando un pozo en el terreno de Molina en  horas de la madrugada. Alguien que dijo ser ajeno a lo que sucedía ya que sólo lo habían contratado para ese trabajo y a eso se dedicaba. A falta de pruebas, este señor nunca estuvo en la mira de la Justicia. Marcó el lugar del pozo y se fue; aunque los canes ya habían llegado al mismo lugar. Comenzaba asi el momento de la excavación.

Alrededor de las 12 se daría el primer hallazgo, ropa. No se podía distinguir ni el color ni mucho menos si era de hombre o mujer pero con esos indicios lo que venía no era bueno. Los bomberos precintaron todo y el trabajo continuó. Para entonces había hasta medios provinciales en el lugar y lleno de vecinos curiosos alrededor.

Una hora más tarde se darían con el horror: el hallazgo de un pie humano. Y, dos horas más tarde con un cuerpo.

El dueño de casa no estuvo durante toda la pesquisa. Molina se había ido del lugar casi de madrugada y cuando todo se descubrió, ya estaba en la oficina del fiscal con un abogado. «Se sintió acorralado y se entregó», señalaron en ese entonces fuentes judiciales.

Catari fue asesinado a machetazos y los peritos creyeron que luego de matarlo, el acusado lo tuvo varios días debajo de su cama hasta que decidió enterrarlo. La conjetura es que Molina lo invitó a su casa a beber y en un claro acto de premeditación cometió el crimen. Por eso toda su familia estuvo un buen tiempo en la mira ante una presunta complicidad. El móvil del crimen: el dinero de los hornos, unos 150 mil pesos.

En el año 2015 Ricardo Molina fue sentenciado a Prisión Perpetua. Acusado de ser el único culpable del Homicidio de Catari. Su hermano, Hector, recibió cuatro años de prisión por «encubrimiento» y hoy se encuentra en libertad.

Tras el hecho, Tomas y el resto de los miembros de la comunidad boliviana que trabajan en Villa del Prado, decidieron abandonar el lugar por miedo. Nunca creyeron en que Molina haya actuado solo y regresaron a Bolivia.

Imagen La Voz

 

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