Forza dialogó con RESUMEN, sobre cómo eligió su profesión, quienes son sus referentes y sus diferentes experiencias en cada entidad educativa o cargo.
Cómo decidiste ser docente?
CF_ Elegí ser maestra desde chica, porque vengo de familia docente. Mi mamá fue maestra y directora en la escuela rural Fray Luis Beltrán. Solía llevarme a mi y a mis primos como alumnos, ya que si caía la inspectora y había pocos niños, cerraban la institución. Una vez, cuando tenía 13 años, -estaba en séptimo grado- y ya era muy alta, la inspectora me miró varias veces porque me confundió con una docente.
Qué estudiaste y en qué escuelas trabajaste?
Estudié el Profesorado en el ENSAG y luego Ciencias de la Educación en la UNC, para fortalecerme en lo que había elegido: la docencia.
Comencé a trabajar en la escuela Pablo Pizzurno de Villa Parque Santa Ana donde estuve unos meses. Luego me nombraron titular en el Instituto Anglo Americano. Entré en séptimo grado, por lo tanto mis alumnos tenían 12-13 años y yo 19, entonces compartíamos muchas acciones, ideas, jugábamos, bailábamos…La directora, «Chachi» siempre me defendió: hacíamos ferias, bailes, encuentros, actividades que no se hacían en ese momento. Y siempre tuve el apoyo de la directora y de mis compañeros.
Tras ocho-nueve años y tras haberme haberme recibido en Educación, me ofrecieron horas en el terciario que funcionaba allí. El «profe Molé» que era el director, también me sostuvo y fue un ejemplo de profesional.
Después me nombraron en la Manuel Solares. Llego un viernes de Actividades Programáticas y la «seño» a la que reemplazaba, daba folclore. Las maestras aprovecharon el momento -que yo era la nueva- y empezaron a enviar a todos los niños que quedaban sueltos: de repente estaba en el medio del patio con 90 alumnitos bailando el carnavalito y el pericón -que en realidad ellos me enseñaron a mí, porque yo no sabía folclore-(risas).
Días después, se venía el centenario de la escuela y los alumnos me traían claveles, huevos, tapas de empanadas y yo no sabía ni para que eran. Igual fui guardando todo en el armario hasta que supe porque (risas).
Me fui capacitando gracias a un gran compañero: Hugo Barrera. Hicimos un curso sobre «El diario como apoyo educativo» y dimos talleres de Matemáticas y Ciencias Sociales. Allí me contacté con gente del Nivel Inicial: Laura Rigoni y Florencia Moll. Se armó un lindo espacio de formación, que me dió alas.
De pronto el gobernador dijo: «Vuelven todos a sus puestos y dejan los proyectos». Tuve que regresar y me encontré dando clases en primer grado: aprendí mucho teóricamente y ahora estaba en un aula. Aprendí a la par con los pequeños: en contextos reales, interactuando con la lectura, poesías. Ya no existía el «A-B-C» o el «MA-ME-MI».
Pasan los años y Hugo (Barrera) me ofrece estudiar y rendir para directora. No tenía ánimo, pero se arma un grupo de estudio del que participa Nancy Negro (actual directora del Manuel Solares). Y aprobamos.
Ingresé como directora a la República Italiana y no tenía pinta de tal, tanto que los papás me veían y me pedían que llamara a la directora. Y los chicos me miraban desde la punta del pie hasta la punta de la cabeza -mido 1,90 de altura- y me decían «sos la directora más grande del mundo» (risas).
Hay que aprender a ser director, lo hacés en el tránsito. Afortunadamente tuve muy buenas compañeras.
Cuando llega el momento de rendir para supervisora, mi compañero fallece de una enfermedad terminal. Y pensé, «qué hago?»… tenía este mandato de mi amigo y finalmente decidí hacerlo. Rendí en Capital, aprobé y me llamaron de Punilla: otra experiencia fantástica.
Y en ese lugar traté de romper estructuras, recordé todo lo que hice antes: cuando daba clases sentada en el piso en el Anglo, las jornadas de lectura con Sala y Rubén López en República Italiana..me les aparecía con peluca y anteojos disfrazada de gitana en las escuelas y les leía el futuro a las directoras, para amenizar la situación.
Recordé también lo que hacíamos en el profesorado junto a Marta Campos, María Denovando y Alicia Minturini: animábamos a la lectura, salíamos con los estudiantes a espacios lúdicos, hacíamos cosas raras, buscábamos estrategias de impacto. Creo que ese siempre fue el norte de mi carrera.
Quiénes son tus referentes?
Se lo debo a la alegría de mi mamá y a mi abuela Margo que era profesora y amaba lo que hacía.
También mis propios docentes: «Ñoñó», Pochola, Alicia Barrera, Luqui Moll y en la secundaria, Giosa.
Si uno se diera cuenta lo que hace en un niño…me he cruzado ex alumnos en otras situaciones de la vida y me han dicho: «yo me acuerdo que un día pasaste y me dijiste ‘que buen barco’ y nadie me había reconocido el dibujo». Uno no se da cuenta de lo que genera.
Conclusiones al final de la carrera?
Cierro este ciclo tras quince años porque debe haber una renovación. Me encontré con gente maravillosa, con profesores y seños que ya los conocía.
No con todos tuve la mejor relación porque estaba en un lugar de gestión y tomaba decisiones que a muchos no le gustan, espero que entiendan que no fue personal sino por el rol que cumplía.
Creo que no lo hice tan mal ya que tengo una hija que es maestra y psicopedagoga.
También agradezco a mi compañero, a mis hijos que bancaron el recorrido y a Lucía Flores (ex Inspectora del Nivel Inicial) que fue lo mejor que me pasó cuando entré a inspectoría.
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