Cultura

Recorren el país con 130 juego de mesa en la mochila

Eli y Manza son dos viajeros que recorren el país con una singular y divertida propuesta: ofrecen encuentros de juegos de mesa en todos los lugares por donde pasan. No sólo para niños sino que lo que buscan es “generar un espacio de encuentro lúdico para los adultos”. Ellos aseguran que la instancia del juego, “nos permite encontrarnos y fortalecer algo esencial: los vínculos”. El proyecto Saraña Huwitaqui, que en aymara significa “caminando nuestra bonita tierra”, consiste en recorrer el país y en cada pueblo al que llegan, contactarse con los centros culturales y organizar, a la gorra, encuentros lúdicos: “Creemos que si los adultos jugasen más, las relaciones serían más sanas. Eso es algo que nos motiva mucho”.

El Team
Ellos son Eliana Bellante, de 27 años y Agustín Manzanel, de 29, oriundos ambos de la Ciudad de Buenos Aires. Se conocieron en un profesorado de educación física y él, además, es Recreólogo, una carrera totalmente desconocida pero que el Gobierno de la Ciudad la ofrece. Participaron de distintas ONG relacionadas y desde hace dos años que se pusieron las mochilas y salieron, sin rumbo y con 130 juegos de mesa, a recorrer el país a dedo.

La recorrida
Fueron a Ushuaia por la Ruta 3, subieron por la 40, cruzaron a Chile, volvieron para Mendoza, Neuquén, San Luis y ahora están en Córdoba. La semana pasada se presentaron en José de la Quintana, La Bolsa y Alta Gracia.
“La idea de lo que venimos haciendo es habilitar un espacio de juego para la gente adulta”, explica Manza y continúa Eli: “Muchas veces está mal visto que el adulto jueguen. No estás produciendo, ¿qué estás haciendo?”, se pregunta irónicamente. Entre ellos hay una suerte de admiración por lo lúdico: “El juego es inherente al ser humano, todos tenemos la necesidad de jugar. Para nosotros sería algo así: ‘Juego luego existo”, recuerda y transforma Manza, las palabras del filósofo Francés. “Pero hay algo más, asegura, y es que ningún juego es inocente. Todo juego es político porque tiene que ver con el vínculo y generar estos espacios también significa trabajar la forma en que cada uno se relaciona con el otro”.

¿Cómo es eso?
Saraña Huwitaqui es también un proyecto de investigación y recopilan datos y experiencias. Desde marzo del 2016, ya llevan trabajando con 7.157 personas, entre adultos y niños. Esto no sólo incluye las jornadas de juegos sino también talleres que se brindan en varios espacios. En total, organizaron 241 actividades, estuvieron en 324 sitios y recorrieron 22.157 kms entre idas y vueltas. Si bien todavía no saben en qué va a terminar el proyecto, siguen registrando y aprendiendo a medida que van marchando. Y los vínculos, para ellos, es algo fundamental en lo que vienen estudiando. “Nos paso una vez, relata Manza, que una niña jugaba un juego y ganaba. Estaba muy emocionada. Pero d pronto pierde. Entonces se quedó muy mal y ya no jugó más al juego. Se limitó a repartir y casi ya no participó. ‘¿Qué te pasa?’, le preguntamos. ‘Es que no me gusta perder’, responde. Eso nos sorprendió mucho. Tratamos de hablar con ella porque realmente se estaba privando la diversión por no saber perder. Cuando hacerlo o ganar, no es para nada significativo realmente. Uno va aprendiendo mucho en la marcha”.

Los encuentros
Los juegos tienen distintas dinámicas. Algunos son competitivos, intuitivos, lógicos, estratégicos, participativos, cooperativos, en fin, de todo tipo. Son de distintas partes del mundo y, por la forma en que viajan, son juegos sin tablero. “En Alemania, por ejemplo, hay 500 juegos nuevos por año”, cuenta Eli. En las noches que organizan, los chicos despliegan las 130 propuestas y la gente se va acercando mientras ellos explican. Hay juegos muy veloces y otros no tanto, hay algunos que despiertan más el perfil artístico, otros que buscan generar colaboración y otros que generan mucho nerviosismo. Más allá de todas las diferencias, las noches se tornan muy dinámicas y habilitan, entre tanta rudeza que propone la realidad, otra forma de vincularse con el otro. Y de reír, que tantas personas, a veces, lo olvidan.

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