Todo fue festejo merengue sobre el epilogo de la noche de Milán. Un imponente Estadio San Siro fue el escenario perfecto para una nueva definición del torneo de clubes más importante del mundo.
Y fue para el Madrid. Para el Real Madrid. Por undécima vez, la «orejona» -como ya familiarmente le llaman a la copa por el Bernabeu- se quedó en la Casa Blanca. Y fue luego de 120 minutos donde hubo de todo. Goles. Polémicas. Grandes jugadas colectivas. Enorme esfuerzo individual.
Enfrente, Atlético de Madrid. Aguerrido, que va al frente. Al que le faltan ideas pero le sobran cojones. Pero esta vez no le alcanzó.
En la otra mitad de la cancha, el Real Madrid. Más frío pero más talentoso. El que tiene genios como Cristiano, Modric o Kross, y los combina con el alma de tipos como Sergio Ramos o Casemiro.
Ganó el Madrid por los penales, que nunca son una lotería, porque tuvo mayor capacidad a la hora de la ejecución. Pudo haberlo ganado antes. Si no lo hizo fue porque enfrente tuvo un equipo puro coraje que se lo impidió. Fue un buen partido. El fútbol, agradecido.
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