“No se trata sólo de decir “quiero comer saludable”. Si no también de qué alimento elijo y cómo lo preparo”, comentó la especialista. Hoy hay estudios internacionales que clasifican los alimentos. En este caso en particular, se llama “la docena sucia”, donde enumera los 12 alimentos que tienen más pesticidas y contaminantes, entre ellos la papa, el apio, la manzana, el kale, la espinaca, frutillas, peras, entre otros. Se trata de alimentos que consumimos diariamente y que muchas veces no limpiamos correctamente. “Comer sano es la integración de un montón de factores”, expresó Cassadei.
Algo que aclaró la nutricionista es que no existen alimentos con contaminación cero, sino que hay algunos que tienen más o menos contaminación. En el cultivo tradicional, se permiten más de 900 pesticidas, mientras que en cultivo orgánico, se utilizan aproximadamente 25. Si bien el número se reduce en gran medida, el producto final aún contiene químicos. En el caso de las huertas en los hogares, la especialista explicó que tanto la tierra, el agua, como el aire contienen toxinas, por lo que es prácticamente imposible evitar que estén contaminadas.
Ahora el asunto es: ¿Cómo sacamos los químicos de las verduras?
Al momento de consumir vegetales, frutas, hortalizas, legumbres, o cualquier producto que provenga de la tierra, es necesario cortarlos (en el caso de las verduras u hortalizas para su cocción) y sumergirlas en agua junto con dos cucharadas de bicarbonato durante quince minutos. Esta sal alcaliniza y mata a todos los organismos, además de liberar los químicos, logrando así descontaminar de manera efectiva los alimentos.
Una de las consecuencias del mal lavado de estos productos es la inflamación intestinal, la cual conlleva un número de consecuencias negativas para el ser humano. Por ello, los beneficios de este proceso permite disminuir la inflamación intestinal, diversas alergias (como al gluten, la lactosa), se previene el acné, rosácea, relacionadas con enfermedades altamente reactivas. A su vez, también disminuyen las enfermedades crónicas, como la celiaquía, por ejemplo. Incluso hay estudios que relacionan estos químicos con problemas neurológicos, como depresión, Alzheimer o TGD.
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