Por siempre serán héroes

RESUMEN dialogó con Mario Oscar Acevedo, excombatiente en la Guerra de Malvinas. El Sub Oficial retirado recuerda, junto a su esposa, el día de su despliegue en Río Gallegos, su servicio como mecánico de aviones, el volver a casa y la dura batalla contra el olvido.

El 2 de abril de 1982, las fuerzas argentinas desembarcan en las Islas Malvinas dando comienzo a una de las guerras más injustas sufridas en nuestro país. Injusta por los cientos de jóvenes que a partir de los 18 años fueron llevados al frente de batalla a combatir con una de las mayores potencias europeas. Injusta por los cientos de familias que sufrieron el ver arrebatados a sus hijos, padres, hermanos, esposos. Injusta por que luego de 37 años, las voces acalladas de nuestros héroes siguen sin ser reconocidas.

Diario RESUMEN, en un nuevo aniversario del 2 de abril, se dirigió hasta una vivienda en Barrio Don Bosco. Allí nos recibió Mario Oscar Acevedo de 58 años, junto a su esposa Mirta del Valle Duran de 57 años.

En el living de su casa, acompañado por sus hijos, Mario nos cuenta que es Sub Oficial retirado de la fuerza área, el cual fue desplegado con sus jóvenes 21 años, con el grado de Cabo, en el Conflicto del Atlántico Sur (Guerra de Malvinas).

“Fue un 1 de mayo del 82, yo estaba de turno técnico en la quinta brigada aérea de Villa Mercedes en San Luis, en ese momento se hablaba mucho de que íbamos a desplegar. Fue ese mismo día que llegaron, llamaron a toda la gente que estaba allí, y nos dijeron: “Preparen los aviones que salen para el sur”.  A partir de ese momento fue todo un misterio, estábamos a ciegas, no sabíamos exactamente a donde íbamos, solo sabíamos que a las 18hs debíamos abordar un Boeing y salir”, recuerda Mario.

Pero el ex combatiente no es el único que recuerda ese duro momento. Mirta del Valle Duran de Acevedo recuerda patente el momento en que Mario partió: “Yo estaba embarazada de varios meses con 19 años, de nuestra primera hija,Naida. Recuerdo que a él se lo llevan y a mí no me dicen nada, me quedé completamente sola. Me fui a Córdoba para estar con mi familia, pero estuve una semana y me volví. No sabía dónde estaba Oscar, no tenía forma de comunicarme con él. Estábamos a la deriva. Me volví a mi casa en Villa Mercedes para tener noticias suyas”.

Mario Oscar Acevedo junto a su esposa Mirta del Valle Duran

El aviso era inminente, Acevedo debía abordar un avión en cuestión de horas y no había tiempo para explicaciones, ni largas despedidas. “En ese momento nos informaron que iba a venir un colectivo para llevarnos a despedirnos de nuestras familias. Van saludan a la familia dos minutos y se van, nos dijeron. Entonces ibas saludabas a tu familia en dos minutos, tratabas de explicarles y te ibas”, asegura.

“No sabíamos a donde íbamos, desplegamos finalmente en Río Gallegos todo estaba a oscuras, automáticamente nos dieron una bolsa con ropa y armamento. Los ingleses ya venían”, relata Mario.

El bautismo

“El primer bautismo de fuego fue el mismo día que llegamos, el 1 de mayo. Yo era mecánico de aviones en Río Gallegos. Nosotros nos instalamos en el continente porque las pistas de Malvinas no tenían el largo adecuado para el aterrizaje de nuestros aviones. Eran cortas, si hubiesen agrandado la pista quizás otra seria la historia.
Operábamos desde Gallegos; para ir a bombardear a las islas tenias casi 4hs de vuelo de ida. El combustible no duraba más de 4hs, podías ir, pero no volver, por eso el Hércules hacia reabastecimiento en el aire para que pudieras regresar, sino caías al mar.
Si hubiésemos estado instalados en Malvinas hubiera sido distinto, porque en ese caso vos preparas los aviones, salen, bombardean, y vuelven”, reflexiona el ex combatiente.

A la izquierda General Carballo, a la derecha Mario Oscar Acevedo

“En la primera misión que salen los aviones, vuelven y resulta que volaban a un metro del agua para que no los detectaran los radares enemigos. Los pilotos nos dicen “no podemos volar porque las olas del mar salpican los parabrisas y el salitre no nos deja ver”, entonces nosotros debíamos buscar la forma para que ese salitre no se pegara en los parabrisas.
Los aviones volvían muy dañados, y había que ponerlos en condiciones para que al otro día salieran de nuevo. Se les cambiaba todo, muchas veces ni se dormía.
Otro de los problemas a resolver rápidamente que teníamos, eran los espejos. El A-4B (Avion de combate), tenía en la cabina un retrovisor que no te permitía ver bien. Por eso se les anexó a los aviones 2 espejitos como los de las motos para que pudieran ver a los aviones ingleses en caso de que los tuvieran pegados”.

No solo había que lidiar con las desventajas que presentaban los aviones, Mario también recuerda que, aunque ellos no estuvieran en las islas, se vivía en constante alerta de ataques enemigos.  “Hasta Comodoro Rivadavia todo era zona de conflicto. Recuerdo que hacíamos guardia porque decían que los buzos tácticos ingleses, que estaban en Chile, iban a atacar Río Gallegos. Teníamos la pista y al final vos podías ver el brazo del mar que por ahí iban a entrar en caso de ataque. Afortunadamente no atacaron, pero se dormía muy poco, estabas abrazado al armamento, no sabias que destino te deparaba la vida en ese momento” , nos cuenta el ex Sub Oficial de la Fuerza Aérea .

“Teníamos un armamento que era muy antiguo, bombas de la segunda guerra mundial que por ahí lanzaban y no explotaban. No estábamos preparados para una guerra. Íbamos con Fal, y a veces los proyectiles estaban vencidos de hace varios años. Nunca se pensó que iba a ver una guerra”.

La hora de volver a casa, la hora del olvido

Mario no recuerda el día exacto que volvió de la guerra, fue en el mes de junio unos días antes del nacimiento de su hija Naida. Pero sabe que fue volver para caer en el olvido, junto con sus compañeros.

“Los pilotos nuestros fueron algo que impresionó realmente a la gente de Inglaterra, lo que hacían cuando volaban era increíble.
No hubo reconocimiento cuando volvimos, y sino fuera por nosotros los aviones no volaban. Mucha gente recuerda solo a quienes estuvieron en las islas. Nosotros no elegimos estar en el continente, simplemente nos tocó, pero vivimos la guerra de la misma forma. Yo tenía 21 años y también perdí compañeros de 19 años y 20 años”, asegura Acevedo.

“En los 90, en un acto en la plaza San Martin, nos entregaron un diploma con una medalla como ex combatiente. Estamos reconocidos por Fuerza Aérea, pero no estamos reconocidos por el estado. Te das cuenta de que la nación te dio todo y no te dio nada, solo nos quedamos con una medalla, pero no importa, cada uno sabe hasta donde le dio el cuero.  Pero es injusto porque tendrían que ser todos reconocidos».

«No hay reconocimiento, incluso por parte del mismo pueblo. Hay un tipo que volvió de Malvinas y estuvo manejando un remis, y vendiendo chatarra para no cagarse de hambre. Un tipo que estuvo al frente combatiendo, que salvó a 150 personas. Nadie lo recuerda y así con mucha gente que salió y no volvió”, comenta desilusionado Mario.

Regresar al hogar

Por otro lado, Mirta recuerda como fue el día que Mario regresó a casa: “Fue todo tan difícil, pero cuando volvió no lo reconocí, estaba barbudo, la ropa que tenia no era blanca era marrón, las medias, todo marrón, el olor, todo sucio.
Yo tenia en la oreja grabados sus pasos con los borcegos, ese día estaba con mi mama en mi casa, y eran las 4 de la mañana, sentí el ruido de sus pasos y digo “ahí viene Oscar”, y mi mama me dijo que no, que siguiera durmiendo, pero yo sabía que era él. En eso abrió la puerta y entró, fue durísimo, éramos muy jóvenes.
Llegó a tiempo para ver nacer a nuestra hija y en eso también somos afortunados, del 100% de mujeres embarazadas de combatientes, el 90% perdió a sus hijos, solo el 10% pudimos dar a luz. Por supuesto mi hija nació antes de tiempo, producto del miedo, la ansiedad y el hambre que sufrí”, recuerda Mirtha

“No teníamos para comer. Desayunaba té, almorzaba té, cenaba té. A mi nunca me enviaron un sueldo, en aquel el momento se abocaron a la guerra y se olvidaron de las familias de los combatientes que tenían que seguir viviendo”, finalizó la esposa de Acevedo.

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