
Si hay algo que nunca se ha detenido desde que comenzó, es el tiempo. Es el tiempo el que ha desvelado a tantos que buscaron, a lo largo de la historia, la fórmula mágica de la inmortalidad. O por lo menos algo que permita vivir más. Alquimistas, magos, científicos, poetas, emperadores; intentaron en vano rasguñar algunas horas más de vida. “No sé, a mi me gustaba mucho comer aceitunas”, se burla. “Si tenía una moneda iba al almacén y compraba aceitunas en vez de caramelos”, cuenta Rosa Angélica Herrera de Picardo quien cumplió 100 años este mes. ¿Será ese el misterio? ¿Será ese el secreto de longevidad que desde siglos la humanidad busca? Antes que el precio de la aceituna suba, Rosa ensaya otra respuesta: “También de chica tomaba leche recién ordeñada al pie de la vaca”, aunque finalmente confiesa: “Creo q la longevidad es de familia, mis padres murieron casi de 90 y mi hermana de 95”.
Rosa nació en Bernal, un barrio de Quilmes, en la Provincia de Buenos Aires. A mediados de los ‘50, para tratar la tuberculosis de su marido y el asma de una de sus hijas, se fueron a Cosquín. En aquel entonces era muy común que personas de distintas partes del país acudan a esa ciudad en busca de mejorar su salud. Pero un día, viviendo en dicha ciudad, los invitaron a conocer Alta Gracia. Por aquel entonces un pequeño pueblo de un puñado de habitantes. “La primera vez que vine era invierno. El día era soleado, muy agradable y el clima me encantó”, eso parece ser argumento suficiente para quedarse por estos lados del Valle Paravachasca. Eso fue a mediados de los años ‘50, unos años más tarde, ya en el ‘63, la familia entera se venía a vivir a la ciudad. “Al final, la que decidía todo era mamá así que como a ella le había gustado tanto Alta Gracia, nos vinimos para acá”, cuenta Mónica, una de sus hijas.
Si bien tiene algunos problemas de audición, Rosa está bien lúcida y recuerda con claridad algunos de los momentos más importantes de su vida: “Cuando vinimos a comprar la casa con mi marido nos hospedamos en la Hostería Asturias, una de las pocas que había en aquel entonces. En ese lugar estaba Tino Navas que, siendo un niño, tocaba la gaita”. Otro recuerdo era que en aquel entonces, “la colonia de vacaciones Santa Fe estaba siempre llena en verano, había muchísimo turismo. Era el gran acontecimiento. Muchas familias y niños jugando”.
Durante toda su vida fue ama de casa. No le gustaba mucho salir. Es más, “cuando había que hacer compras o ir al almacén, ella prefería que vayamos nosotros”, relata Mónica. Así y todo, Rosa recuerda que para ir al Cine Monumental o el Cine Plaza, había que vestirse de gala y era todo un acontecimiento social. Realmente eso es un retrato de otra era. Como buena ama de casa, le encantaba cocinar y su marido y todos sus hijos se volvían locos cuando lo hacía. “Lo que más me gustaba cocinar era lo que prefería mi esposo: empanadas”. Tanto Rosa, como miles y miles de mujeres de aquel entonces, la mujer usaba el legendario libro de Doña Petrona para las recetas. “Las empanadas eran riquísimas. Y los ñoquis, una delicia. Ella los hacía con salsa o con pesto como le gustaban a mi papá q era hijo de genoveses”, completa Mónica.
Pero la vecina centenaria no sólo cocinaba comidas. También generaba el delirio de sus hijos con cositas dulces. “Me acuerdo que hacía dulces de frutas en cantidad y los almacenaba para el invierno. Debían durar hasta la primavera pero como eran muy ricos, con suerte llegaban hasta las vacaciones de invierno”, rememora con alegría.
Rosa Angélica Herrera de Picardo tiene 6 hijos, 24 nietos, 29 bisnietos y dos más en camino. Hace muy poquito cumplió 100 años y pasó gran parte de su vida en Alta Gracia, la ciudad que eligió. Por supuesto, su centenario lo vivió en familia, dentro de su querida casa que tanto habitó.
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