
Norma Bazan de Olsina tiene 86 años; los más jóvenes la reconocen porque la ven siempre en la caja de la farmacia familiar. Pero los vecinos más memoriosos la recuerdan como una farmacéutica profesional que atendió a miles y miles de clientes, en la farmacia que fundó junto a su colega y marido, Barón Olsina, hace más de cincuenta años atrás.
Norma se recibió en Córdoba un 30 abril de 1956; en junio terminó la carrera también Barón. Ya con un futuro profesional en mente, se casaron el 6 de octubre del mismo año. De los cinco hijos que tuvieron, tres también son farmaceúticos; el más chico, “Tito” sigue al frente del negocio familiar. Además, la farmaceútica crió a una hija más, del corazón, que vivió en su casa muchos años junto a su madre.
Norma nos recibió en su casa en plena siesta, porque a ella no le hace falta descansar a pesar de que trabaje mañana y tarde y le contó a RESUMEN detalles de aquellos primeros años al frente de una de las farmacias más reconocidas de la ciudad, cuando les llevan los pedidos a los clientes del Sierras Hotel, desde la cosmética hasta los medicamentos.
¿Cómo conoció a su marido y colega de toda una vida?
Fue el primer hombre que conocí en la universidad, después de salir de pupila de las Hermanas Dominicas donde estuve 6 años; yo soy del campo, de Tránsito, entre Córdoba y San Francisco. El primer muchacho que había en la facultad el día que me fui a inscribir, era un joven que estaba parado frente a un aula de química y las inscripciones estaban del otro lado. Cuando él vio que yo entré a anotarme, él vino detrás mío, hizo lo mismo y así hicimos todos los trabajos prácticos juntos y toda la carrera.
¿Cómo eligió esa carrera?
Yo quería hacer medicina, pero mi papá me dijo que, por ser mujer era mejor farmacia, porque no podría atender a la casa de la misma forma, como médica. Era otra mentalidad, y por eso en mi facultad también había muchas mujeres. Pero mi papá me alentó a que estudiara; él era empleado ferroviario y mi madre tenía una tienda de zapatería, ropa, sombrerería y muchas cosas más.
Una vez que se recibieron, ¿buscaron abrir un local?
No teníamos nada visto por hacer todavía. Justo se enfermó de tuberculosis mi cuñado que estaba haciendo servicio milita. Nos fuimos al campo que él manejaba para hacer su trabajo. Y ahí nos quedamos un tiempo, arando, sembrando y todo eso.
Los primeros días de enero un amigo de mi marido nos propone firmarnos la garantía para que pudiéramos abrir una farmacia en Córdoba. Justo se vendía una en barrio Yapeyú, de un chico de Despeñaderos.
¿Qué recuerdos tiene de esa época?
Allí tuvimos casi 6 años; fue la época de la gripe asiática. Trabajamos a lo loco: todos los que estaban en las chacras de La Merced venían para nuestro local. La gente del barrio nos quería y todos trataban de colaborar con nosotros. En septiembre del ‘57 tuve a mi primera hija y las cañerías del agua eran demasiado chicas y no alcanzaban a llevar agua a los tanques. Todos los vecinos traían agua de su casa y me ayudaron muchísimo; por eso yo adoraba a esa gente, nuestros clientes y era mutua la cosa.
Hasta que se vinieron para Alta Gracia, la ciudad de su marido…
Cuando compramos nuestra farmacia en 1961 se llamaba “Lourdes”, pero en esa época era obligación ponerle el nombre del titular de la así quedó “Olsina”, desde ese momento. En aquel entonces había seis farmacias en toda la ciudad.
Me imagino que cambiaron muchas cosas desde aquel entonces…
En esa época se preparaban muchas cosas y había tres o cuatro laboratorios nomás a los que nosotros comprábamos; lo demás lo hacíamos nosotros. Era distinto, se tenía más confianza, confiaban en los farmacéuticos, y valoraban nuestras preparaciones. Además venían a consultarnos acerca de lo que les habían dicho los médicos. Extraño un poco esa época, ahora a veces nos toman como comercio, no como profesión, pero siempre rescato la fidelidad de la gente porque tenemos clientes muy files y aún nos preguntan de todo.
Pero ahora es seguramente todo más fácil…
Claro, ahora está todo organizado por abcedario y en el deposito todo por laboratorio. Antes teníamos frascos de vidrios con tapa donde poníamos todos los comprimidos y un cuaderno donde se anotaba en qué frasco estaba tal y tal cosa.
Y Ud., ¿siempre estuvo detrás del mostrador atendiendo a los clientes?
Siempre. Falté únicamente cuando nació mi hijo menor, el Tito. Pero trabajé hasta el día que nació, un sábado de gloria a las 9 de la noche. Yo a las ocho estaba atendiendo un cliente, subiendo a la escalera y ahí perdí líquido y me di cuenta que ya estaba llegando mi hijo; igualmente terminé de atender y me dio una contracción tan fuerte que tuve que ponerme a hacer el jadeo hasta que se me pasara (se ríe).
Y ahora sigue yendo, con 86 años, todos los días…
Sí voy a la mañana y a la tarde, pero me quedo en la caja. Hasta hace seis años atrás seguía atendiendo a los clientes, hasta que empecé a tener problemas en la cadera. Pero extraño atender, ejercer mi profesión.
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