
Haciéndole frente a la vorágine cotidiana y al surgimiento vertiginoso de nuevos emprendimientos comerciales, un puñado de bares de antaño resiste los embates de la modernidad y conservan su estilo a rajatabla como si fuera uno de los tesoros más preciados. Se encuentran ubicados en diferentes rincones de la ciudad y su atractivo reside justamente en haber mantenido a través de los años su esencia de boliche.
Ya sea por la mañana, a la tarde, en horas de la noche y muchas veces también durante la madrugada, esos bares son el punto de encuentro permanente de amigos donde se comparten charlas, cargadas, risas, también música y por qué no, filosofía urbana. Por supuesto, aquel que ingresa a esos lugares donde los relojes parecen detenerse está dispuesto a disfrutar una buena de dosis de alcohol.
En las paredes, en las vitrinas donde esperan las botellas y los vasos; en las mesas y las sillas se encuentra el alma de estos bares y a su vez, los objetos –que se mantienen invariables a pesar de los años transcurridos- se transforman en guardianes de los recuerdos y las anécdotas que ahí se cuentan. Y los hay de todo tipo, pero el que deseé descubrirlas y ser parte de ese mundo aparte, no tendrá más que traspasar la puerta.
El Puma
Mientras el sol matinal empieza a regar de luz la esquina de Avenida Libertador y Maipú, David Rimondotto se apresta a acomodar en la vereda las mesas y sillas de plástico color rojo. En esa concurrida y tradicional intersección de Alta Gracia se encuentra El Puma; un bar que no pasa desapercibido para nadie. Cigarrillo en mano y oteando el pasar de los transeúntes Rimondotto dice que en su bar “se cumple la ley de no fumar adentro” y agrega que “hace 24 años junto con un amigo abrimos el bar”.
Anteriormente en ese local funcionó una verdulería y también un venta de aceites “pero antes de eso también hubo un bar”, aclara Rimondotto y al ser consultado sobre el origen del particular nombre del boliche remarca: “Ya estaba bautizado así; dicen que el primer dueño le puso ese nombre porque tenía un puma como mascota. Yo nunca lo comprobé, pero el nombre quedó”.
David Rimondotto tiene 77 años y llegó a Alta Gracia desde su Balnearia natal en 1980. “Vine a poner una carpintería pero después hice de todo; trabajé como carnicero, panadero y lógicamente, bolichero también”. En el bar El Puma permanentemente se escucha la voz pastosa de un típico locutor de AM que sale por los parlantes de un viejo radiograbador ubicado en uno de los estantes de la vitrina. “El dial lo tengo clavado en LV3”, afirma mientras prepara el primer vermut del día. En la pantalla del televisor que cuelga de una de las paredes se pueden observar los números que salieron en el sorteo de la quiniela y “acá también nos juntamos a ver los partidos de fútbol y las carreras de autos”.
Él asegura que “por suerte” estoy con todos los impuestos al día pero sostiene que en la actualidad “la situación está muy floja” y su rostro parece añorar tiempos mejores. Cuando se lo consulta sobre si es habitual que haya presencia femenina en El Puma confirma de manera rotunda: “No, las mujeres no vienen”.
Mirar pasar la vida detrás del mostrador es lo que más le gusta. “En el boliche hay de todo. Se hablan pavadas, a veces se reniega con algunos clientes pero hasta que se pueda voy a seguir acá”, sentencia por último David Rimondotto.
Lo de Palito
“Yo estando acá soy feliz”, asevera Palito desde atrás del mostrador. Palito es Luis Quintero tiene 68 años y en su cara se refleja el cansancio de haber trabajado hasta tarde. “Hace 25 años que tengo el boliche y también hacemos todo tipo comidas. Minutas, empanadas y cuando hace frío Buseca y Bagna Cauda”, informa Palito. Justamente, la noche anterior cocinó esa típica comida piamontesa y en el ambiente todavía puede sentirse el aroma.
Palito es altagraciense y cuenta que desde el año 1973 al 1977 también incursionó en el rubro y administró un negocio “en el que también había dos canchas de bochas ahí por la zona de la Plaza de los Inmigrantes”. Hace una pausa en su relato y en la cara se le dibuja una sonrisa cómplice: “Yo me críe en los boliches; si no estaba de éste lado estaba de aquel”, dice señalando el mostrador.
Con orgullo habla de los clientes que cada día -porque su local prácticamente abre de lunes a lunes- asisten a su boliche. “Acá viene todo tipo de gente. Pero sobre todo trabajadores rurales o los que laburan en las canteras. Es decir la gente que cobra su sueldo los sábados cobra y sale con ganas de tomarse un vino. Además- sigue relatando Palito- gente que le gusta tocar la guitarra pero acá la regla es que somos todos iguales y por más que el lugar a veces queda medio chico pero se acomodan como pueden y nadie protesta”.
Al igual que su colega de bar EL Puma, Palito Quintero que la situación comercial está bastante delicada y “tenés que estar a la caza del cliente”. Por último, rememora cómo fue que llegó a abrir y mantener durante tantos años el boliche. “Yo era camionero y me quedé sin trabajo. Un amigo tenía éste boliche y no le gustaba trabajar de esto. Decía que no era para él así que me ofreció vendérmelo. Me acuerdo que le dije bueno voy a probar y me hice cargo un 1 de Mayo de 1992; ese día es mi cumpleaños también. Entré el viernes y salí el lunes recién (risas). Así que me quedé y todavía estoy”.
La voz de los clientes
En el bar El Puma los clientes se conocen casi todos y ya han conformado una especie de cofradía que se parece mucho a una familia. Sebastián es el menor de todos y asegura que le gusta ir porque “es tranquilo y aparte me gusta escuchar a la gente grande porque me hace recordar los consejos que me daba mi padre”.
“No vengo todos los días pero hace mucho tiempo que vengo. Yo lo conocí al primer dueño del boliche, el que le puso el nombre”, cuenta Roque que trabaja de albañil y se dispone a disfrutar de una cerveza fresca.
“Acá hace dos años que vengo más o menos, pero de boliche tengo la vida”, dice Oscar que es jubilado y añade: “Me gusta porque en El Puma te sirven un vaso de vino y eso no te lo dan en todos lados. A veces, depende el día, puede que me sirva hasta tres vasitos para después dormir una buena siesta”. Por último, Oscar expresa casi riéndose: “El boliche es lindo porque te enterás de todo y antes que salga en el diario”.
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