En la casa de Augusto Piccón la pasión por la historia resplandece en forma de objetos, cuadros y muebles. A los 69 años, este bioquímico de profesión, lleva publicados más de diez libros sobre distintos aspectos de la historia de la ciudad y la región. Entre ellos, se destaca la obra “Mi pueblo”, que próximamente publicará el tercer tomo, «La historia del Sierras Hotel”; «La historia de la Gruta» y la “Historia del Club de Golf”. También puso su lupa sobre la «Historia del Correo» y la vida del «Che» Guevara en la ciudad. Además hace siete años que viene trabajando sobre una biografía del polémico escritor Raúl Baron Biza que será publicada en el 2018.
En conjunción con la historia y desde muy temprana edad, Piccon posee una fascinación por coleccionar estampillas, postales, discos, boletas de negocios que ya desaparecieron entre otros objetos. Todo eso lo atesora en un pequeño y original sótano que se encuentra debajo del comedor de su vivienda.( Ver recuadro). Desde que se jubiló como bioquímico asegura que tiene “más trabajo que antes” y que debería “vivir cien años´” para poder terminar con todos los tomos que pretende realizar del libro “Mi Pueblo” porque es “mucha la información que se consigue”.
Un mundo de historia y estampillas
Augusto Piccón sostiene que en la búsqueda de datos históricos es importante también contar con una mínima cuota de suerte porque “uno puede tener las mejores intenciones pero a veces se choca con una pared”. Su vínculo con la escritura historiográfica empezó casi de casualidad en un Congreso de Filatelia que se realizó en Huerta Grande en el año 1982. “En ese evento había congresistas de todo el país y nosotros fuimos con la idea que nos ayudaran a sacar la estampilla de los 400 años de Alta Gracia que se cumplía en el año 1988”, rememoró el historiador y añadió: “Ahí me contactó el que era secretario de la Asociación de Periodistas Filatélicos de Argentina y me propuso ser cronista filatélico. Yo nunca había escrito nada, así que prácticamente me obligó. Entonces relacioné al Sierras Hotel con la filatelia y como en ese momento estaba destruido, se me ocurrió hacer un libro sobre el hotel para que las autoridades se interesaran sobre la importancia que había tenido”.
Fueron muchos años dedicados a la búsqueda de postales y estampillas para lograr una buena documentación. “Cuando iba a Buenos Aires a la exposiciones filatélicas me metía en los negocios que venden postales antiguas y compraba todo lo que había sobre Alta Gracia. También comencé a recolectar mucho material y a realizar entrevistas para ir cotejando la información”, señaló Augusto Piccon que además subrayó: “Éste es un trabajo que te lleva muchas horas al día”.
La pasión por la filatelia se le despertó cuando tenía 10 años y de esa época siempre recuerda un episodio relacionado con el Sierras Hotel. “Mucha gente no sabe que en el año 1964 acá se reunió la CECLA (Comisión Especial de Coordinación Latinoamericana) que fue el puntapié inicial de lo que después fue el Mercosur. Yo estaba como loco porque habían traído una estafeta postal que ponían matasellos; entonces con la excusa de matasellar, pude entrar al hotel y meterme por todos lados”, contó Piccon que se considera un historiador totalmente aficionado.
Alta Gracia en la piel
El próximo 4 de noviembre en el Colegio de Abogados de Alta Gracia, Augusto Picón presentará el Tercer tomo del libro “Mi pueblo” que abarca el período histórico que va desde 1927 a 1936. El historiador, además ya está trabajando en los próximos tomos: “El que llega hasta 1940 es importante porque ese año Alta Gracia fue declarada ciudad. Después habrá otro que llegue hasta 1943 porque un año antes se instaló acá el músico español Manuel de Falla. La idea mía es llegar hasta la actualidad, pero no sé si lo voy a poder hacer”, dijo y agregó: “En Alta Gracia hay un montón de historias que no se han contado sobre todo desde el 1900 para atrás porque resulta muy difícil encontrar información. Mis trabajos van desde el 1900 hasta la actualidad”.
Augusto Piccon sostiene que en la actualidad la ciudad se ha transformado de manera “meteórica” y que en otra época lo único que la distinguía “era el Sierras Hotel en el que se agasajaban a autoridades nacionales e internacionales. Sin embargo, en 1907 ya funcionaba en la zona céntrica el Hotel Suizo que tenía muy buena vajilla y cuando en el Sierras había una cena muy grande se la pedían prestada”. En cuanto a la idiosincrasia de los altagracienses el historiador resaltó: “Al estar siempre relacionada con el turismo los ciudadanos son muy predispuestos. Históricamente siempre hubo muchos pensiones y hoteles porque como acá el clima era muy seco llegaban los enfermos asmáticos y de tuberculosis. Siempre hubo mucho contacto con porteños, rosarinos y también con gente de otras provincias”
En la primera década de este siglo, Piccon también fue uno de los impulsores de la creación del Museo del Che y en su libro “El Che y Alta Gracia” refleja los 11 años que vivió el revolucionario en la ciudad. “Hay una anécdota en la que se dice que el Che antes de entrar a Bolivia estuvo en Alta Gracia de incógnito. Es probable que haya sido así porque él siempre estuvo relacionado con la ciudad”, dijo el historiador y agregó: “Mis libros son una forma de devolución a todo lo que me dio Alta Gracia. Me las arregló sólo y mientras pueda los financio por mi cuenta. A veces hay mucha gente que no se da cuenta del sacrificio que es sacar un libro”. Proteger a su familia y continuar escribiendo las historias de Alta Gracia son los claros objetivos que tiene Augusto Piccon pero tampoco deja de lado es pasión por las estampillas que se le despertó cuando era un niño.“También voy a seguir con la filatelia porque con ella cumplo dos misiones; por un lado hago algo que me gusta y por el otro lado con mis colecciones que se exponen en otro países, colaboro en la difusión de mi ciudad”.
Un sótano de recuerdos
“Esto lo armé para mi nieto. Él estuvo cinco minutos, no le interesó mucho y enseguida me pidió que le prendiera la computadora”, expresó con una sonrisa Augusto Piccon mientras ingresaba al sótano que se encuentra en la cocina de su casa.
Sólo basta con bajar una empinada escalera para sumergirse en un ámbito atestado de objetos y de un trencito eléctrico que gira permanente. “También le puse un medidor de humedad porque al estar cerrado hay demasiada”. En esa especie de mini, museo personal, además desarrolla otra de sus pasiones que es el ferromodelismo. Allí, se pueden encontrar carteles de todo tipo, discos de vinilo y de pasta, recortes periodísticos, etiquetas de vino antiguas, patentes, autitos de colección, caracoles de mar y un sinfín de otros recuerdos.
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