Más allá de que grandes artistas hayan logrado convertir el muralismo en un arte legitimado y reconocido, su esencia se vincula a lo social y a las paredes que habitan. Que se llame street art, grafitis, muralismo o simplemente «pintar paredes» ese aspecto de lo social, de lo arraigado con el entorno que los enmarca y a menudo representa, es lo que hace que los vecinos de esas paredes terminen adueñándose de las obras, interpretándolas y dándoles los títulos menos imaginados.
Por estos días, ya a meses del encuentro de muralistas que proyectó esta disciplina y práctica en el imaginario de la población, surgió otra pared intervenida que tiene mucho de social, mucho de identidad y de trabajo colectivo.
Pintó Pintá
Unos vecinos de barrio General Bustos se autoconvocaron con la idea de «ocupar» una pared entre las calles Oslo y Mendoza; propuesta que fue mutando con el tiempo, también por la supervisión y guía espontánea de Fernando Gómez, uno de los artistas que participó de Alta Gracia se pinta, y uno de los autores del enorme mural del Che. En diálogo con Resumen, Ismael Veronesse nos cuenta cómo surgió todo ésto, pero por sobre todo destaca hasta dónde llegó y lo que se produjo a partir de ahí. » Después que se nos ocurrió la idea de mural, hablamos con Fernando Gómez y vimos que había que rebocar previamente» cuenta Ismael. Un vecino puso a disposición los materiales y entre varios empezaron a organizar “una vaquita” con venta de empanadas: Pintó Pintá se llamó.
Así los otros vecinos se fueron enterando y con lo recaudado se compró lo que faltaba. «Ya desde que empezamos a trabajar se fueron sumando vecinos de distintas edades, algunos ayudando con la pared o el mural, otros con los choris o cosas así» relata Ismael, algo conmocionado.»Trabajamos desde el miércoles hasta el sábado y cada vez había más gente».
Algo cambió
«Se rompieron muchos prejuicios. El mural y el arte permiten eso: quebrar los prejuicios. Se generó algo nuevo porque ahí abajo de donde está la pared, se juntaba basura y ahora tiene otro valor. Incluisive un nene que antes había arrancado una de las piedras, cuando vió el trabajo que íbamos haciendo entre todos, se puso a colaborar. Participaron chiquitos de seis, diez, doce años, todos blanqueando, pintando, rebocando. Fue un mural colectivo y los chicos querían que Fernando lo firmara, pero él sólo quiso marcar un ladrillito», explica.
La Mona, la identidad
La idea surgió de la necesitad de escribir algunos fragmentos de temas de La Mona Jiménez y se convirtió en una inmensa obra de arte. Lo colectivo, lo barrial, lo cordobés condensado en frases que son gritos armónicos: «Soy uno más de la esquina» o «Raza negra, raza negra» » Luchá luchá, que pierde el que se entrega» dieron el pretexto para arrancar con todo.
«La Mona tiene unas letras que empujan a ir para adelante con buenos valores y energía. A parte es un símbolo de Córdoba que llega a los lugares más olvidados», dicen. Olvidados por algunos, hogares con orgullo para otros.