Editorial

La sartén por el mango

Los niveles de pobreza que tiene hoy la Argentina son realmente preocupantes. Las estadísticas oficiales, tal como sucedió en anteriores períodos de gobierno, son notablemente inferiores a los estudios de campo que circulan en otros ámbitos y a la realidad que día a día vemos en la calle; sin embargo, las estrategias siguen siendo negarlo, desfigurarlo y tratar de “vender” un país casi utópico.

Según indica un estudio realizado por CIPPES (Centro de Investigaciones Participativas en Políticas Económicas y Sociales), si se compara febrero de 2014 con junio de 2013, “El incremento en las personas en condición de pobreza habría aumentado 2.82 millones, llegando a febrero de 2014 a 13.7 millones de personas en Argentina”, además informa que la aceleración de los precios también implicó que “unas 670 mil personas más entraran en condiciones de indigencia con respecto a diciembre de 2013, llegando a febrero de 2014 al 8.4% de la población, es decir, unos 3.5 millones de personas en Argentina”. Mientras para las estadísticas en serio estos no son índices, sino familias que sufren, pasan hambre y alumnos que desertan de la escuela; para los funcionarios en actividad indican brechas que se pueden llegar a modificar con la finalidad de obtener un voto en las próximas elecciones y están lejos de cualquier política de gobierno acorde.

La violencia, en todos los aspectos, es una “sensación” (definición creada en la actualidad para determinar aquellas manifestaciones que alteran el orden de la comunidad), que se dispara de la mano de la pobreza. Los casos de violencia de género, entre estudiantes, la trata, etc., ya casi son una moneda corriente que, lamentablemente, no sorprende. Sumado a esto se encuentran los niños que “hacen la calle” diariamente y que, lejos de disminuir, se acrecentaron.

Podríamos pensar que la realidad plasmada anteriormente se refiere a lugares muy lejanos a nuestra ciudad o a provincias conocidas por el marcado índice de indigencia, sin embargo, no es así. Aquí en Alta Gracia y en la región, hay más casos de los que pudiéramos imaginar. Cotidianamente conocemos personas que deambulan de una Secretaría a otra en búsqueda de alguna solución. Un matrimonio desempleado con 6 niños y uno internado en coma en la ciudad de Córdoba a causa de una supuesta mala praxis, una joven madre de 23 años con dos hijos, uno de ellos discapacitado que vive en la pobreza, una maestra que quedó fuera del sistema luego de sufrir un acto de agresión por parte de un alumno y que subsiste vendiendo velas en La Gruta, etc. Hay, y muchos. Muchos de ellos, por no decir la mayoría, desconocidos totalmente por aquellos que deberían hacerse cargo.

Mientras grupos de colaboración, cooperadoras y centros de estudiantes idean formas para conseguir dinero o elementos que ayuden a paliar la situación, algunos funcionarios no tienen reparos en decir que “hay que acomodar el informe del año pasado para que el discurso sea el mismo entre la provincia y el municipio”. Sin palabras.

“Resulta claro que la respuesta a la frustración que la pobreza genera, encuentra un canal de descompresión en los hechos violentos”, afirma Daniel Sigaloff, Licenciado en Psicología y doctor en Medicina. El facultativo aclara, además, que es posible visibilizar un aumento en la cantidad de denuncias sobre hechos de violencia de entorno al 100% en los últimos cinco años, del mismo modo que son los adolescentes y los adultos jóvenes los que padecen el flagelo en forma evidente.

Implementar seriamente un plan antinflacionario integral, generar políticas de gobierno acordes, abandonar la especulación, aceptar la gravedad de la situación social y dejar de considerar los hechos violentos como algo “natural”, es un paso fundamental para entender que, si se quiere, se puede tomar la sartén por el mango.

Por Claudia Fernández

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