Nuestro fútbol ha dado muestras los últimos días de situaciones límite que cerca están de cruzar la divisoria de aguas que separa el ridículo de lo peligroso.
Desde el vergonzoso arbitraje de Ceballos, que no escatimó errores para que Boca ganara la Copa Argentina hasta el partido del domingo por la noche en Independiente, fueron días bochornosos para nuestro fútbol.
Ceballos, ya lo dijimos, dio cátedra en Córdoba de lo que NO debe ser un árbitro. Pero igualmente vegonzante fue lo de Vigliano en Rosario el domingo, dejando jugar el partido en condiciones definitivamente fuera del reglamento (cientos de bombas de estruendo, banderas insultantes, un hincha entrando a la cancha a punto de agredir al técnico de boca en pleno partido y una larga lista de etcéteras certifican esto.
Como si fuera poco, las cámaras de la televisión pública evitando mostrar las irregularidades, como si escondiendo la cabeza bajo la tierra fueran a terminar con la realidad. Los colegas, seguramente siguiendo órdenes superiores, terminaron siendo cómplices de los violentos. Otra vergüenza.
Ariel Penel, en Independiente – Velez fue otro desvergonzado. El partido, si bien no significaba mucho para el campeonato, era importante para Independiente y para Belgrano. El 0 a 0 con que iban a los 47 del complemento ponía al celeste ante la chance de poder jugar la liguilla de local (es a un solo partido). El penal que solo vio Penel le dio al Rojo la chance de jugar el partido en Avellaneda.
En fin. Empujones. Insultos. Banderas. Agresiones. Desconfianza. Todos signos de un fútbol argentino tan histérico como poco serio.