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Islandia, Croacia y Nigeria, las primeras pruebas de carácter para una Argentina con pretensiones

MOSCÚ.- Dicen los que están bien cerca de él, que el Mundial de Rusia 2018 no tiene por qué ser el último de Lionel Messi . Dicen que el rosarino, cuando llegue a Qatar en 2022, tendrá 35 pletóricos y muy sabios años, que todo puede pasar entonces. Pero para Qatar falta una eternidad, de lo que se trata para Messi y la selección argentina es del aquí y del ahora, porque Rusia 2018, ese Mundial que está prácticamente a la vuelta de la esquina, ya tiene un rostro que permite soñar, ya tiene hoja de ruta, rivales, ciudades, estadios, horarios y apuestas de todo tipo.

Islandia en Moscú el 16 de junio, Croacia en Nizhny-Novgorod el 21, Nigeria en San Petersburgo el 26. ¿Es el D un grupo fácil? No. ¿Es un grupo difícil? Tampoco. Es, más bien, el grupo ideal para una selección que, si no podía contentarse con el mero hecho de clasificarse para el Mundial, una vez en él tampoco puede estar satisfecha con el concepto de «participar». No, la Argentina necesita volver a ganar un Mundial, porque, a 32 años del último, casi dos generaciones no saben qué se siente en esa situación. Para ganar un Mundial hay que encadenar siete partidos en buen nivel y ser oportunos, acertados en el momento justo. No importa tanto cómo se llegó, sino cómo se está en esos 30 días de competencia al máximo nivel.

Debutar ante Islandia, una selección rocosa y motivada que jamás jugó una Copa del Mundo, es una buena entrada en calor. Probarse con Croacia, un equipo de alto nivel y con futbolistas de probado talento, el desafío que todo grupo con aspiraciones necesita. Y encontrarse una vez más con Nigeria -a esta altura un clásico de los Mundiales- es también una prueba interesante tras la extraña derrota en el amistoso de hace un par de semanas.

El sábado 16 de junio del año próximo, la Argentina aglutinada ante los televisores a las 10:00 de la mañana estará ya en «modo invierno», pero a 13.500 kilómetros de distancia en Moscú estallará el verano. El estadio del Spartak, uno de los clubes tradicionales del fútbol ruso, recibirá al equipo de Messi para que inicie un camino que, si todo sale muy bien, concluirá en la misma ciudad pero en otro estadio, el Luzhniki, sede de la final del 15 de julio, sede también del partido inaugural del 14 de junio entre Rusia y la Arabia Saudita de Juan Antonio Pizzi.

Ayer nevaba con furia en Moscú, pero no fue frío precisamente lo que sintió Jorge Sampaoli ante la pregunta: ¿se siente obligado a ganar el Mundial? El técnico reaccionó con fuerza, con calor en las venas: «No, obligado no. Quiero ganarlo. Quiero ganarlo por argentino, porque soy fanático de la selección, porque me tocó un lugar en el que quiero que eso pase. No sé si obligación, pero tengo muchas ganas de ganarlo».

Un análisis que no podía desligarse de lo que minutos antes había dicho Diego Maradona ante decenas de millones de personas que seguían el sorteo por televisión. El máximo ídolo del fútbol argentino aprovechó una pregunta del ex futbolista inglés Gary Lineker, co-conductor del sorteo celebrado en el Palacio del Kremlin, para despellejar con llamativo entusiasmo a su selección: «Argentina tiene que mejorar, no puede jugar tan mal como lo está haciendo».

Si los seis meses largos hasta el Mundial se ven condimentados con palabrerío abundante y presiones desde el pujante sector maradoniano del fútbol argentino, nadie podrá culpar a un Sampaoli que tiene -no hay dudas- sus responsabilidades y asignaturas pendientes, pero escasa culpa en la llamativa grieta que abrió Maradona. ¿Semejante crítica pública es la mejor manera de ayudar a sus ex dirigidos? Es muy probable que no.

Sampaoli, que dedicó pocos minutos a la prensa tras el sorteo, analizó a los rivales: «Croacia es un equipo muy difícil, tiene una mitad de cancha excelente; Nigeria es impredecible y tiene argumentos de jugadores muy rápidos; e Islandia llega con pocas obligaciones». Elogió además a Messi, en lo que muchos pueden legítimamente interpretar como un mensaje de respuesta a Maradona: «Sé que tengo al mejor de la historia. Al hincha argentino le digo que nuestro equipo va a ser muy competitivo».

En términos de recorridos y desgaste, el Grupo D era el menos exigente que le podía tocar a Messi y compañía, ya que apenas deberán recorrer 2.266 kilómetros durante la primera fase, una minucia cuando se juega en el país más grande del mundo. Un déjà vu de Brasil 2014. Si termina entre los dos mejores del grupo, la Argentina se cruzará en octavos de final contra uno de los dos clasificados del Grupo C, conformado por Francia, Australia, Perú y Dinamarca. A partir de ahí las posibilidades se multiplican, porque no sólo se depende de lo que haya hecho la Argentina, sino de la actuación de los países en otros grupos (ver aparte).

Lo que ya está claro es que el Mundial le dejará una enseñanza a jugadores, cuerpo técnico y dirigentes desde el mismísimo primer partido, no importará cuál sea el resultado. La Islandia eufórica que tendrá como rival es el resultado de algo bastante más cerebral que el empuje vikingo, es producto de un trabajo minuciosamente pensado. El cambio en la isla de 330.000 habitantes se dio hace 15 años, con la multiplicación de campos de juego al aire libre y la formación de una gran cantidad de técnicos con certificación de la UEFA. Tantos, que en porcentaje superan a los del fútbol inglés. Así, los niños y jóvenes, desde siempre amantes del fútbol, pero tradicionalmente complicados por cuestiones climáticas y estructurales, comenzaron a crecer en las mejores manos y con condiciones de entrenamiento y juego mucho más favorables que años atrás. Desde 2002, Islandia trabajó para mejorar su fútbol, para cambiarlo y llevarlo a un nuevo nivel. Para ser cuartofinalista de una Eurocopa y llegar a un Mundial. Si se analiza el mismo período de la Argentina, agarrarse la cabeza es poco. Y así y todo, en gran parte gracias a Messi, la selección tiene derecho a creer a un nivel que Islandia no merodearía ni en sus mejores sueños. Es la Argentina, es el Mundial. Es, siempre, una nueva y apasionante historia.

Fuente: La Nación

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