Laura nació un 19 de agosto de 1921, en América, un pueblo en el límite entre Buenos Aires y La Pampa, a 400 kilómetros de la Capital.
Estudió en la escuela Abraham Lincoln donde hizo la primaria y la secundaria. Luego realizó cuatro años de magisterio en el Terciario «Nuestra Señora», lejos de su ciudad. «No sabía si estudiar o no, por un lado porque mis padres necesitaban ayuda en el campo, por otro, porque pensaba que no me iba a dar la cabeza. Por suerte hubo personas que me alentaron aunque sea a probar y me fue muy bien, nunca tuve que rendir exámenes porque tenía buenas notas» contó a este medio.
Trabajó como docente durante 23 años en Buenos Aires, hasta que su familia-sus padres y sus hermanas- se mudó a Alta Gracia a un chalet frente al Sierras Hotel, llamado «El Tuquito», luego a una casa sobre calle Sarmiento y finalmente donde vive ahora, en una vivienda de barrio Pellegrini.
Al llegar a la ciudad, enseñó dos años en la Escuela República Italiana, un par de meses en Río Tercero, hasta que consiguió un cambio con otra maestra y volvió a trabajar aquí. Durante ocho años dio clases en la Comandante Espora, los últimos de 33. Fue señorita de cuarto y sexto grado, en la especialidad matemática y ciencias naturales.
«Me dediqué exclusivamente a la docencia. En el Comandante Espora ingresé en el 1964, casi todos éramos profesionales grandes, ya a punto de jubilarnos. +Éramos muy compañeros, muy ordenados, había mucha paz. Las láminas para enseñar las hacíamos nosotras, con diarios, con las revistas Anteojito y Billiken, no venían hechas como ahora» relató orgullosa. También contó que la escuela funcionaba en una vivienda donde cada aula era una habitación, donde ni siquiera entraba una silla y un escritorio para ella, por lo que enseñaba parada. Antiguamente, donde se encontraba el edificio, estacionaban las carretas.
Destaca que siempre fue soltera: «Las cosas debían hacerse como yo quería sino no. Dios salvó a alguien de aguantarme» dice entre risas.
Ante la pregunta: ¿Por qué fuiste a votar el domingo?, repondió: «Todo lo que pueda hacer para agradecer a mi país, lo voy a hacer. Tengo que dar gracias, ser agradecida».
Sobre su infancia, relata que su padre fue mayordomo de la hacienda de la familia Seré, por treinta años. Vivían en un campo en la localidad mencionada anteriormente y su papá le regaló un pony con el que lo seguía mientras él andaba en su caballo, junto a su perrito. Esos eran sus juegos.
En un primer momento las escuelas estaban en las grandes ciudades y por ello su papá contrató una docente que se quedaba de lunes a sábado en el lugar y asistían los niños de todos los campos aledaños para aprender las primeras letras.
También contó la llegada de los inmigrantes tras la guerra. En la estancia donde vivían, les daban agua y alimento. Algunos conseguían quedarse a trabajar.
Con respecto a la actualidad, manifestó «Sufre la juventud, los niños, las familias, no hay aquel respeto de antes».
Tras esta amena charla en su recibidor y un rico té más bombones, nos despedimos de ella con un «Hasta luego» con la promesa de la nota escrita y un nuevo encuentro.
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