Fue un partidazo. Talleres e Instituto, cada uno con sus argumentos futbolísticos, le regalaron al país un espectáculo futbolístico que ni siquiera en Primera División suele verse. Dos equipos que se brindaron por el juego y terminaron componiendo una sinfonía de fútbol con todas las notas posibles: goles, fútbol, entrega, táctica colectiva, técnica individual.
En la sumaresta de los noventa minutos, el empate fue justo. Por lo dispuesto tácticamente por el Chulo Rivoira para que su equipo (nombre por nombre de menor envergadura que su rival) y por lo mostrado por los de Kudelka desde la impronta individual (esta vez no tanto en lo colectivo) de algunos de sus jugadores.
Instituto fue todo corazón. Sabiendo que futbolísticamente era menos que Talleres, se multiplicó, contuvo a su rival y hasta estuvo arriba en el marcador buena parte del encuentro. Talleres hizo pesar sus nombres, sus individualidades, la experiencia y trayectoria de sus jugadores.
Fue un partidazo, aún a pesar de la presencia de un mal arbitraje que se equivocó feo y terminó influyendo en el marcador final. Fue empate no porque Talleres no lo mereciera, pero el empate llegó luego de yerros muy feos de un árbitro que pegó dos silbatazos y le cambió la historia al partido.
La grandeza de Talleres, su tribuna repleta, sus millones invertidos en plantel, frente a la dignidad de los juveniles de la Gloria, un club en harapos con jugadores llenos de fe en ellos mismos. Así, frente a frente estuvieron dos realidades que a la hora de la red no pudieron sacarse ventajas.
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