La incorporación de Mauricio Caranta a Talleres fue, sin lugar a dudas, la noticia que hizo vibrar el mercado de pases de la Primera B Nacional. Un refuerzo de fuste, que viene de jugar varias temporadas en el primer nivel nacional e internacional se convirtió en el fichaje del verano para la principal categoría de ascenso de la Argentina futbolera.
Pero la firma de «Mauri», como cariñosamente siempre lo llamaron los hinchas de Instituto hizo ruido por todas partes. Desde ámbitos de la Gloria, sus hinchas se autoconvocaron en las redes sociales para repudiar la incorporación del arquero a filas albiazules y algunos llegaron más lejos, produciendo un hecho de violencia en instalaciones del Monumental de Alta Córdoba. Allí, destrozaron e hicieron desaparecer la gigantografía de quien hasta hace días era un ídolo del club.
Lo real es que más allá de pasiones descontroladas (el fútbol en sí se nutre de ellas, por cierto), la contratación de Mauricio Caranta por parte de Fassi y los suyos para que juegue en Talleres se inscribe dentro de un panorama que -nos guste o no- es cada vez más profesional que sentimental. El fútbol, para los involucrados, es un trabajo donde termina primando mucho más el bolsillo que el corazón.
Y no se trata de anclar el tema en Mauricio Caranta. Desde el «pesetero» que cayó desde los cuatro costados del Nou Camp para Figo cuando debutó en el Real Madrid a esta parte, muchos son los futbolistas que apelan a la frialdad de los números dejando de lado la calidez de los sentimientos.
A los hinchas, que no entienden de estas cosas, seguramente les duele y lo catalogan de traición y otros calificativos similares. Lo cierto es que éste es el fútbol de hoy, le guste a quien le guste.
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