Cállate ya y escucha.
Escucha en paz humillada
—en humos de libertad—
la voz contraria de tantos.
Escucha su voz opaca,
la voz ambigua del pueblo.
Escucha también sus voces,
borbor de pozo confuso
que cifra toda su vida: vivir.
Vivir es ir poniendo
el corazón y un pie detrás de otro
sobre el camino que se va abriendo.
Pedro Casaldáliga, CMF.
Por Alicia Torres* y Tomás Torres Aliaga**- El nuevo escenario argentino, sorprendente o no, requiere agudizar la mirada e intentar entender cómo llegamos hasta aquí si queremos contribuir a que sanen las heridas que hoy agobian a nuestra sociedad.
La principal lectura de este proceso electoral nos remite a la distancia entre dirigencia y población. Todo ocurre como si hubiera fracasado la impresionante campaña que llevaron adelante los referentes de organizaciones sociales y los referentes sindicales, empresariales, universitarios, religiosos, etc. para evitar el triunfo de quien finalmente resultó ganador. Podemos pensar que las élites, encerradas en sí mismas, mirando la realidad desde sus intereses o desde arriba, se equivocaron al asumir la representatividad de un sector de la sociedad y la superioridad sobre otros en el intento por incidir en el derecho de elegir presidente.
Otro aspecto particularmente grave y contradictorio es el fracaso de sectores que se definen como progresistas. Apropiándose de valores universales, como los derechos humanos y la democracia, pretendieron la colonización ideológica de la sociedad y desacreditaron a quienes elegían otras opciones. En esta línea, Alejo Schapire se refiere a la “traición progresista”[1], donde la censura e intolerancia parece haber cambiado de campo. En nombre de los derechos humanos, se recurre a la cultura de la cancelación, esa moderna forma de exclusión en la que el dominio de un discurso busca fagocitar a los otros e imponerse como verdad.
Facilitado por redes sociales y medios de difusión masiva, buscaron imponer como verdad científica o moral lo que en realidad era la opinión de grupos con poder. Hicieron mucho ruido con sistemáticas descalificaciones (con términos tales como “autoritarios”, “fascistas”, “nazis”, “discursos de odio”, “negacionistas”) para desprestigiar a quienes piensan distinto o defienden valores diferentes. La mayoría buscó aplanar la vida misma, encasillar las ideas y alternativas en posturas maniqueístas (derecha/izquierda), con la intención de imponer una salida única a los problemas. La presencia de dicha cultura de la cancelación terminó por clausurar el debate y la creatividad, donde pocos pudieron visualizar por encima de las diferencias, el respeto a las leyes e instituciones de la democracia.
Resulta difícil entender esta actitud en académicos que aparecieron como reproductores más que productores de conocimientos. Siendo profesionales de la escucha o intelectuales, cercanos a la vida cotidiana de los más sencillos, se mostraron más totalitarios que la gente común. El panorama parece concordar con Byung-Chul Han, quien plantea que vivimos en un sistema “saturado de mismidad”. Es decir, desde paradigmas dominantes, se desvaloriza y se rechaza lo distinto, para rehacer la historia o dirigir procesos a su imagen y semejanza.
Es difícil tratar de entender el resultado de las elecciones estando tan cerca en el tiempo y con tanta diversidad de miradas. Sin embargo, cabe reconocer que, si la dirigencia se equivocó, no parece saludable y equitativo desprestigiar, culpar o seguir amenazando a quienes ganaron. Más sensato sería tratar de ver más allá de las apariencias y escuchar las voces que sugiere el poeta y pastor Pedro Casaldáliga.
El director de una de las pocas encuestadoras que acertaron el resultado del balotaje[2] sostuvo que la mayoría de los votantes de La Libertad Avanza señalaba como principal motivo de su elección el hartazgo y la angustia por lo que vivían, incluso sin conocer las propuestas del candidato. En la editorial titulada “Cuando el voto corrige a la calle”[3], aparece una interpretación similar, donde se explica el fracaso de sectores fuertemente ideologizados y lejanos al sentido común frente a una sociedad que encuentra otros causes para expresarse.
A la luz de los errores de las encuestas y de los resultados finales, parece haber ocurrido lo que en sociología se describe como transcripciones ocultas[4]. Es decir, los mecanismos que utilizan los grupos subalternos para enfrentar a sectores de poder; por ejemplo, recurrir a acciones no explicitadas, a veces perjudiciales para ellos mismos, pero contrarias a las que les mandan. Quizás esto explica por qué gran parte de los votantes provienen de sectores empobrecidos, por qué muchos no decían a quién votarían, o por qué millones optaron por un “loco”, un “outsider”, sin referentes conocidos; un extraño personaje con descabelladas propuestas que solo anticipaban más desgracia. El desenlace de las elecciones parece ser una expresión de extrema dignidad de quienes eligieron perder lo poco que tenían, a cambio de no perder la única esperanza de otra realidad posible.
Sería importante poner en el centro del análisis que el resultado electoral demuestra haber sido el camino que encontraron las mayorías para reprobar a toda la dirigencia conocida y a una forma de gobernar que no les resuelve los problemas. El voto pone de manifiesto a una sociedad cansada de promesas incumplidas en las prácticas. Por un lado, porque el peronismo abandonó su doctrina —los derechos de los trabajadores y la movilidad social— para abrazar un sistema económico y político que solo aumentó la desigualdad, la pobreza y el asistencialismo. Por el otro lado, la oposición diversa pero aglutinada prometió un cambio que nunca concretó y que siempre desmintió con peleas y divisiones para conseguir privilegios. Finalmente, la minoría que acompaña los reclamos en las calles, está incomprensiblemente dividida y no permite anticipar mejores resultados.
La principal consigna con la que se identificaron millones de argentinos fue “terminar con la casta”. Esta logró canalizar el “borbor” o el deseo generalizado de acabar con los privilegios de los dirigentes que se adueñaron de las instituciones del Estado y que lo usan en beneficio propio mientras dicen velar por los derechos para todos. En ese sentido, sería bueno que el candidato electo tuviera presente que, aunque haya otras razones, la mayoría no lo eligió por su persona o por sus propuestas, sino para acabar con esas injusticias y contradicciones.
Podremos disentir en muchas cosas, pero seguro coincidiremos en que transitamos tiempos complejos, donde la mayoría de nosotros padece injusticias y sufrimientos evitables. Quienes creemos que la política es el instrumento válido para transformar la sociedad, deberíamos empezar por analizar nuestras contradicciones y transformar nuestras prácticas políticas. Como dijo el poeta, callar escuchando “la voz opaca, la voz ambigua del pueblo”, vivir “poniendo el corazón y un pie detrás de otro sobre el camino que se va abriendo”.
* Licenciada en Psicología
** Médico
[1] Schapire, A. (2019). La traición progresista. Edhasa.
[2] Guzmán, L. (21 de noviembre de 2023). Las consultoras cordobesas que acertaron sobre el contundente triunfo de Javier Milei en el balotaje. La Voz. https://www.lavoz.com.ar/politica/la-consultora-cordobesa-que-acerto-con-su-encuesta-el-contundente-triunfo-de-javier-milei-en-el-balotaje/
[3] Belcore, G. (20 de noviembre de 2023). Cuando el voto corrige a la calle. La Prensa. https://www.laprensa.com.ar/Cuando-el-voto-corrige-a-la-calle-537685.note.aspx
[4] Scott, J. (2003). Los dominados y el arte de la resistencia (Trad. Jorge Aguilar Mora). Ediciones Era. (Trabajo original publicado en 1990).