Política

A 20 años de la peor crisis política y económica argentina desde la vuelta de la democracia

El 20 de diciembre de 2001 sin dudas será recordado en la historia argentina como una fecha en la que el Estado dejó de existir, en la que los gobernantes abandonaron a su Pueblo y en la que la credibilidad pública en las instituciones se desboronó.

“Decidí decretar el Estado de Sitio para asegurar la ley y el orden en el país” pronunció el Presidente de la Nación Fernando de la Rúa en la tarde noche del 19 de diciembre de 2001 como intento de frenar las manifestaciones sociales y la violencia desparramada en las calles que implicaron centenares de saqueos a lo largo de todo el país. Esa misma noche cerca de las 00:00 horas del 20 de diciembre, el Ministro de Economía Domingo Felipe Cavallo presentó su renuncia como tal mientras que en la puerta de su casa se encontraban un buen número de personas con cacerolas reclamando su dimisión y culpándolo por ser el responsable de la palabra que hoy en día a más de uno se le viene a la cabeza cuando en el mercado se suceden corridas bancarias: El Corralito.

 

La suerte del Gobierno de De la Rúa estaba echada desde el 6 de octubre de 2000 cuando su vicepresidente y representante del FRE.PA.SO Carlos “Chacho” Álvarez renunció a su cargo, cuando varias denuncias llegaron a la Justicia acusando a Senadores de su Partido por haber aceptado coimas a cambio de votar a favor de la Reforma Laboral impulsada por De la Rúa. En ese momento, la Casa Rosada perdió la mayoría en ambas cámaras y la Presidencia del Senado quedó en manos del PJ con Ramón Puerta a la cabeza.

 

“Presidente, no vaya a renunciar, lo escucho muy inseguro”, le dijo Puerta a De la Rúa en la mañana del 20 de diciembre antes de irse a San Luis a una reunión de la que participarían todos los gobernadores del Peronismo, entre ellos José Manuel de la Sota, mientras que en el país la gente sin respetar el Estado de Sitio salió nuevamente a la calle, se acrecentaron los saqueos y los muertos, fruto de la represión policial, iban aumentando con el paso de las horas. Cuando Puerta llegó a San Luis, alrededor de las 19:45, lo esperaba Adolfo Rodríguez Saá quién le comunicó que Fernando de la Rúa había renunciado a su cargo y huido en helicóptero desde el techo de la Casa Rosada.

 

«Confío en que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de la República»: De esa manera, Fernando de la Rúa se convirtió en el segundo Presidente de la Nación, y radical o “no peronista”, en no poder terminar su mandato al frente de los destinos de la Nación desde el retorno de la democracia en 1983.  La renuncia de Fernando de la Rúa no sorprendió a nadie. Por el contrario, la salida anticipada del Presidente trajo algo de alivio a una sociedad angustiada por el estallido social que produjo 39 muertos y más de 400 heridos, víctimas de la crisis económica que puso a la Argentina al borde de la cesación de pagos y en el centro de la atención mundial.

 

Cuando la violencia callejera y la represión policial alcanzaban su punto más salvaje en la Plaza de Mayo, el texto con la renuncia del Presidente fue distribuido entre los periodistas de la Casa Rosada. Nadie lo festejó. Ni siquiera los manifestantes que reclamaban el alejamiento de De la Rúa en la zona céntrica de Buenos Aires. El estruendo de las balas y de las sirenas logró que por allí apenas algunos pocos se enteraran.

 

El “que se vayan todos” logró su cometido: Desde ese preciso momento la Argentina no volvió a ser la misma, ese estallido social y la fuerza del Pueblo en la calle asqueada por sus gobernantes marcó un precedente tan determinante como peligroso para el mes de diciembre. Los miles de argentinos que no lograron recuperar su dinero depositado en los bancos no les quedó otra que recurrir a la Justicia para el Estado Nacional se los devolviera.

 

Se puede decir que la Convertibilidad de Cavallo y Menem de los ´90 tuvo mucho que ver con la crisis económica que Fernando de la Rúa no pudo domar, como así tampoco lograr construir poder y eficiencia en 740 días de gobierno al que muchos argentinos depositaron su esperanza y fe de cambio.

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